Albert Londres no fue un cualquiera en esto de escribir crónicas bélicas ni deportivas. Su vida fue también azarosa y aventurera y su muerte, en 1932, encierra un misterio legendario. Los textos que recoge Los forzados de la carretera. Tour de Francia de 1924 es un fiel espejo de cómo eran las crónicas de aquellos años, grandilocuentes y heroicas, centradas en la anécdota ilustrativa y alejadas de descripción puntual de los hechos: para explicar la dureza del Tour resultaba más veraz charlar con un gendarme que con los propios ciclistas.
Los corredores que aparecen en estas breves páginas son hombres machacados, esforzados y exprimidos por una organización que les obliga a pedalear en jornadas maratonianas de más de quince horas. Las normas absurdas, vistas a día de hoy, jalonan los textos. En uno de los episodios más representativos, Londres relata su encuentro con los hermanos Pélissier, que se habían retirado por discrepancias con la organización. Henry Pélissier, uno de los mejores corredores de su época, reivindicaba la dignidad de los ciclistas: "¡No somos perros!". La queja venía porque el ciclista había sido sancionado por desprenderse de un maillot en una calurosa etapa cuando el reglamento obligaba a llegar a meta con todo lo que se tuviera en la salida.
Aquel Tour de Francia lo ganaría por primera vez un italiano, Ottavio Bottechia, un ciclista también de leyenda con otra muerte no menos legendaria y misteriosa. Joan Pere Escrig se ha encargado de la traducción del francés y también de unas notas e introducciones a las crónicas del corresponsal muy acertadas para situar al lector en el contexto.
Otro punto a favor de esta obra son los anexos finales en los que encontramos la lista completa y por equipos de los participantes, los ganadores de las etapas y la clasificación final al completo.
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